rancho alegre

Thursday, March 4, 2010


[... Apenas y podía levantar la mochila; pantalones, camisas, ropa interior: todo sucio desde meses anteriores. Yo volvía a mi casa un fin de semana cada mes, o cuando se me acababa la ropa limpia; lo que ocurriese primero. Ahí mi hermana la menor se quejaba en voz alta cuando luchaba en el fregadero contra mis blue jeans que llenaba de arena cuando iba a la sierra a acompañar a mi profesor, el ingeniero Acuña, a trazar hectáreas y hectáreas de campos de sorgo y soya, que después de la emulsión correcta y el trabajo adecuado se convertirían en estacionamientos y plazas comerciales para los campesinos que tendrían en ese entonces, después de las firmas correctas, mas tiempo libre. Mi hermanita se quejaba, pero solo por compromiso con las apariencias, por que en realidad disfrutaba hacerlo siempre que yo estuviera sentado a un lado contándole todas mis aventuras en la universidad. Cada que volvía mi madre hacia notarme lo descuidado que era con mi cabello, mis pelos de chayote, solía decir, igualitos a los de mi padre, un caso perdido. Como era estilista ahí mismo sacaba las tijeras y comenzaba a arreglarme las greñas, tan apurada, tan de un falso mal humor de hacer lo mismo, mientras me preguntaba sobre la escuela, las novias, los amigos, entre corte y corte me platicaba ella sobre los vecinos, mis antiguos conocidos; siempre se me acababa el cabello antes de que terminara de contármelo todo, siempre, una vez volví calvo a la escuela, pero es que se habían peleado nuestras vecinas con mi papá y estuvo entretenida la historia. Luego Julissa, mi hermana la de en medio, me hacía probar cajas enteras de chocolates y galletas y me hacia guardas otras mas para el camino, cajas que sus muchos pretendientes le regalaban entusiasmados sin que ella probara uno solo. Luego me tocaba hablar con el viejo. Nos sentábamos los dos en la sala, ninguna mujer de la casa estaba permitida entrar cuando estábamos charlando. Encendía su cigarro y miraba durante un rato mi boleta de calificaciones del mes. Cada vez tardaba mas, es decir, cada vez veía menos claro, pero tardaba un poco menos en vencer su orgullo y sacar sus lentes. Como el no entendía nada de ingeniería civil, solo podía adivinar en mi rostro de preocupado o en mis ganas de explicarle las razones de los números en ese papel lo bien o mal que andaba con la escuela. “ya veremos como sigues” decía, y solo cuando era julio o diciembre cambiaba la frase final por un “buen trabajo”... ]