Tania

Wednesday, November 1, 2006


I

Tania siempre soñó con el momento.
Las luces en su rostro, y las tres horas de peinado no podían ser invento suyo. Ella no tenía tanta imaginación, se decía a si misma. Y bajaba la mirada.

Dio tres pasos, sujetó el brazo derecho de su tío. Sonrió y tambaleó un poco al asentar el pie. Las zapatillas, decía, valían una fortuna, y ella sentía que a cada paso estaba matando de hambre a un niño de Somalia.
Inhalo un poco de iglesia, se arreglo un poco el vestido, y un suspiro color hueso fue señal de apertura para una marcha de Mendelssohn.

Recordó su imagen en el espejo hace dos horas, la mueca de complacencia del estilista y la cara de asombro de Claudia, su mejor amiga. Era la primera vez que Tania sentía la suficiente confianza como para intimidar la belleza de su amiga.

En el pequeño mundo que giraba torno a estas dos mujeres, Claudia siempre contó con la gracia y suerte que un lindo rostro proporcionan y la ayuda extra que un cuerpo de maniquí pueden dar. Tania siempre envidio las atenciones masculinas de su amiga, deseó a veces ser Claudia y recibir los mismos tratos. Jamás hizo algo por cambiar la situación; acepto desde siempre su condición de mujer poco atractiva y decidió, como todas aquellas, desarrollar su humor ácido y conformarse fingiendo pensamientos de compasión, argumentando que las chicas lindas tenían un cacahuate en la cabeza.

Lo que Tania ignoro todo el tiempo, es que ella no era para nada una mujer poco atractiva. Su insistente inseguridad se debía, más que a su falta de confianza o a la constante comparación con Claudia, a oscuros acontecimientos en su pasado.

-¿Cómo me veo Claudia?
- Espectacular – susurro su amiga con una sonrisa autentica- hermosa verdaderamente.
A Tania le empezaron a brillar los ojos en cuanto vio llegar un par de zapatillas rosas, en una pequeña caja rosa, en los brazos a un tono de rosa, de su madre.

La marcha nupcial sonaba en toda la catedral. Las trompetas robaban lágrimas a sensibles invitados; los pasos tambaleantes de Tania y las conferidas muertes en Somalia se multiplicaban con morbosa rapidez. Los niños africanos se quejaban y le reclamaban… pero Tania no los escuchaba; después del cuarto paso, ella caminaba sobre nubes.

Y en el altar, un par de pingüinos endemoniados esperaban a convertirla en un sumisa lavadora de platos, de ropa y pañales de bebe, como mandaba dios, como demandaba la familia, y esa parte de ella que la ataba al mundo.
¿Qué de malo puede haber? –se decía Tania- En asegurar al probablemente único hombre capaz de pedir matrimonio a este, despojo, de mujer.

Continuara.