recuerdos (II)
Monday, June 29, 2009
15 minutos, dijo, y luego subió por la escaleras hacia su habitación. A mi me pareció en primeras cuentas innecesario, en el cine habría poca luz y ella lucía estupenda tal como estaba. Quizás fuera el amor que le sentía el que me hiciera afirmar que todo lo que llevase encima era atemporalmente perfecto en ella. Ahí en la sala de la casona de sus tíos había una pecera enorme y un hermoso piano blanco que no me atreví a tocar. Con ella habían subido sus dos hermanas menores, también muy simpáticas y alegres. Como emocionadas de la próxima transformación, compartían al igual que muchas mujeres la emoción de escoger el vestido correcto, el perfume, el maquillaje, la bolsa y todo lo demás correcto y perfecto a la ocasión. De cualquier modo sus quince minutos los aprovechó muy bien y bajó casi brillando. Le dije que estaba hermosa y ella contesto con uno de esos gracias que en las mujeres bonitas significa "ya lo sé, idiota". Después de no querer la cosa me alegré de tenerla bella y para mi, y quise abrazarla para que todos supieran que iba conmigo y sin embargo la idea no la compartía ella. Me soltaba la mano, se me alejaba discretamente --se acomodaba el bolso, arreglaba su cabello, corría hacia los aparadores repentinamente--- como avergonzada de ir demasiado hermosa para mí; horrendo, fachoso y sin chiste.
Despreciada la idea, le justifiqué la vergüenza y tomé el papel de afortunado acompañante temporal, casi sirviente. Fue curioso sin embargo observar como se me acurrucaba al brazo cuando me encontraba a alguna de mis amigas y las saludaba o cuando la encargada de los boletos en el cine me sonreía, y después se desprendía indiferente y como diciéndome con la mirada de que sus acciones se debían mas que nada a fugaces arranques de amor, por que después de todo, ¿quien podría sentir celos por mi, tan horrendo, fachoso y sin chiste? ella desde luego no. Ese teatro suyo no me engañaba, pero no sé por que me encantaba, me atraía y sobre todo me divertía. Recuerdo yo.
Despreciada la idea, le justifiqué la vergüenza y tomé el papel de afortunado acompañante temporal, casi sirviente. Fue curioso sin embargo observar como se me acurrucaba al brazo cuando me encontraba a alguna de mis amigas y las saludaba o cuando la encargada de los boletos en el cine me sonreía, y después se desprendía indiferente y como diciéndome con la mirada de que sus acciones se debían mas que nada a fugaces arranques de amor, por que después de todo, ¿quien podría sentir celos por mi, tan horrendo, fachoso y sin chiste? ella desde luego no. Ese teatro suyo no me engañaba, pero no sé por que me encantaba, me atraía y sobre todo me divertía. Recuerdo yo.